miércoles, 2 de diciembre de 2015

Olvidar

Imaginamos que sabemos quiénes somos, en un conversación con los amigos, durante las mañanas antes de tomar el tren, mientras cenamos unos tacos en un puesto a la medianoche. Nos preguntan qué hacemos, estudiamos, vemos, comemos. Contestamos sin detenernos en una manera de dar testimonio de nuestra propia existencia, lo que importa es el relato de nuestra vida, nuestro último instante. Creemos que lo sabemos todo. Eso era lo que yo pensaba. Y una mañana en medio camino de regreso, después de (no) haber escuchado las indicaciones para llegar a la estación desde la universidad que mi anfitrión se aseguró de explicarme con detalle, estaba en medio de unos edificios hermosos. Eso pasa cuando una deja que la concentración se pierda por estar ensimismada en los pensamientos, sueños y demás ideas. 
El problema era que tenía que regresar a un curso en un par de horas y todo mi perfecto plan se había esfumado. Distracción, estupidez, no lo sé. Me disculpo pensando que es simple falta de memoria, o mejor, que tengo la maravillosa cualidad de ficcionalizar lo que me pasa, que no puedo confiar en el registro mental de lo que he vivido, escuchado, etc. Es así. No es mi culpa, es el resultado de la guerra contra la oralidad, el logocentrismo, como diría cierto estudioso. ¿Qué sentido tiene recordar algo? Lo importante estará registrado en un documento. Es como funciona mi cerebro, lo apunto y lo consultaré cuando sea necesario. Ya está. El problema es que ese es un mundo que no existe. En la realidad la vida sería más sencilla si además de entender y relacionar correctamente nuestros conocimientos los memorizáramos. Es verdad, dirán algunos, existe el GPS, sigue las instrucciones. No tenía datos, ¿de acuerdo?  No tenía la menor idea de dónde estaba. Lo he dicho siempre: no me pasa nada con las calles rectas donde simplemente hay ir derecho o girar noventa grados. Todo se trastorna cuando aparece una rotonda, cuchilla, intersección, calle para girar ligeramente. Además, el navegador me dirá que gire en cien metros. ¿Qué fue lo que pasó con organizar los trayectos en cuadras, calles y todo eso? ¡No puedo estar midiendo en metros! Y eso no es todo. Me encantan las experiencias, eventos y demás. Es verdad. Los números es mi problema. Los números en mi mente quiero decir. (Tendría que existir una música que acompañara mi gesto de turbación, después una anapelpsis al momento en que mi mente era incapaz de hacer un cálculo mental en la primaria. Bla, bla, bla.). Si necesito hacer cuentas o indicar fechas lo mejor es que tenga un papel y lápiz cerca (o una calculadora, o finjo demencia para que otro "listo" haga el cálculo, recuerde una fecha, lo que sea). Triste es la vida sin memoria. Lo mismo no poder recordar las fisonomías de las personas, ¿será fulano? ¿será mengano? me pregunto cuando me encuentro a cierto individuo, ¡y me saluda!, en la calle.
 
No, cierto, no es como estas películas dónde de plano hay una perdida de memoria real. Recuerdo que fui a la universidad, que leía tal, que comí aquello. ¡Sé que he vivido! pero ¡invento! los detalles. Licencias poéticas. No es consciente, no quiero engañar(me). Pasa. 
He llenado mi currículo en al menos tres días. Buscar los documentos que avalan y precisan las fechas de mis estudios, trabajos, prácticas entre las pilas de libros y documentos desorganizados es una tarea considerable. Es casi como investigar sobre mí misma. Algo que otro recordaría en un minuto, yo tengo que recabar las evidencias de que hice tal cosa y los periodos en los que lo hice. En lapsos mientras empieza un ataque de ansiedad mientras me imagino en el supuesto caso qué una agencia del gobierno me pregunte sobre hechos de mi vida. ¿Cómo dar un testimonio fiel de mí misma si no recuerdo ni la mitad? Descripciones someras, pocas fotos, palabras sueltas para dar cuenta de lo que viví. Monosílabos. Me da vergüenza no ser fiel con los hechos. ¡Mentir! ¡Distorsionar!

Así todo, olvidar los detalles, las indicaciones precisas, perderme en la fantasía de una tarde de invierno y mirar la niebla, esa indiferencia del camino que me tracé, de los planes que hice, de los años invertidos, de buscar referencias. Olvidar es volver a vivir sin la obsesión de recordarlo todo, y sí con la oportunidad de soñarlo todo.

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